Sheij Khaled Abou el Fadl; Professor of Law, UCLA School of Law Islamic Scholar. ALMA Mater YALE University, Princeton University, University of Pennsylvania Law School.
Página web oficial en Inglés: www.usuli.org
Es bien sabido que la palabra "islam" significa sumisión, el islam requiere que los seres humanos se sometan solamente a Dios, a nadie más, ni a nada más. Los seres humanos deben esforzarse para vencer sus debilidades, controlar sus impulsos, y adquirir control sobre sí mismos. Solo al obtener autocontrol, el ser humano puede someterse de manera significativa a Dios. Si el ser humano se encuentra controlado o dominado por su ego, sus impulsos, sus miedos, ansiedades, deseos y caprichos, intentar someterse a Dios no tiene sentido, ya que no se puede someter lo que no se controla en un primer lugar.
Además, según el Corán, los seres humanos son los representantes y agentes de Dios en esta tierra. Poseen un poder divinamente delegado para civilizar la tierra, y se les ordena no corromperla. Los seres humanos son responsables individualmente, y nadie puede cargar con los pecados de otro ni ser responsable en la otra vida por las acciones de otro. Dado que los seres humanos son directamente responsables ante Dios, su sumisión a Dios implica necesariamente que no se sometan a nadie más. Entregar la voluntad o autonomía a otro ser humano es renunciar a esta relación con Dios. Cada persona, como agente directo de Dios, debe ejercer su conciencia y su mente, y ser plenamente responsable de sus pensamientos y acciones. Si una persona entrega su autonomía a otra persona, en efecto, está violando los términos de su acuerdo/compromiso inicial con Dios. Esa persona estaría asignando sus responsabilidades de representación a otra persona e incumpliendo sus deberes fiduciarios hacia Dios.
Por lo tanto, la primera obligación de un musulmán es ganar control y dominio sobre sí mismo; la segunda obligación es asegurarse de no rendir incorrectamente su voluntad y autonomía como agente a otro que no sea Dios; y la tercera obligación es entregarse plena y completamente a Dios. Sin embargo, este acto de entrega no debería ser a regañadientes o basado en la desesperación, y no debería surgir de un sentido de que no hay otra alternativa. Someterse a Dios por ansiedad o miedo al castigo es mejor que no someterse a Dios, pero es una sumisión más superficial y sin sentido profundo. La sumisión debería estar arraigada en sentimientos de admiración, anhelo y amor. La sumisión no es simplemente un acto de resignación y aceptación. Más bien, la sumisión genuina debe estar guiada por un anhelo y amor por la unión con lo Divino (Que representa la Bello, lo Hermoso, lo Bueno, lo Justo, etc). Por lo tanto, aquellos que se someten no encuentran satisfacción simplemente en la obediencia, sino en el amor. Un amor por la Divinidad misma de la cual provienen.
No hace falta decir que la orientación puritana-salafista en el proceso de militarizar el islam retrató el acto de sumisión como si fuera un acto de obediencia de soldados a las órdenes de un oficial superior. Además, debido a que el puritanismo-salafismo imaginaba que la sumisión es un proceso de orden y obediencia, se vio obligado a reducir el discurso de Dios a un conjunto de reglas y mandamientos. El Corán, en la imaginación puritana-salafista, se convirtió en un manual militar que establece las órdenes de la alta dirección. La violencia infligida al Corán y al islam desde esta orientación militarizada ha sido realmente devastadora. Pero considerando la obsesión puritana-salafista por el poder, no es sorprendente que el sublime texto del Corán se haya transformado en un texto que se hace referencia principalmente a dinámicas de poder, no por la belleza, y que la sumisión a Dios también se haya convertido en un ejercicio de poder, no de amor.
El enfoque puritano-salafista hacia el Corán y la teología de la sumisión implicaba necesariamente la proyección de las necesidades egocéntricas humanas sobre Dios. En lugar de que nuestra relación con la Divinidad se convierta en un camino hacia la expansión de la conciencia humana en el reino de lo sublime, se hizo que la Divinidad se subordinara a lo mundano. En lugar de que lo Divino guíe a lo mundano, lo mundano dominó a lo Divino; y en lugar de dotar a la humanidad de lo Divino, lo Divino se humanizó. Inseguro, amenazado y ansioso por la indeterminación, el puritanismo-salafismo proyectó las limitaciones del mundo físico sobre Dios y, por lo tanto, limitó las potencialidades ofrecidas por la Divinidad. La tendencia hacia el antropomorfismo en las creencias puritanas es un síntoma de este problema.
Amar a Dios y ser amado por Dios es la forma más elevada de sumisión: la rendición del amor es la verdadera y auténtica sumisión. Sin embargo, para amar, como señalaron numerosos eruditos clásicos, es importante que el amante ame la verdad del amado. Es decir, el amante debe evitar proyectar sobre el otro una “construcción” y luego enamorarse de esa “construcción” en lugar de enamorarse de la verdad del amado. Tomemos por ejemplo a una pareja casada: es un problema común que, en lugar de conocerse genuinamente y amar el carácter real y las cualidades del otro, cada cónyuge construya una imagen artificial del otro y luego se enamore de esa imagen construida. Lo menos que se puede decir sobre este problema común es que en esta pareja, cada persona no necesariamente ama al otro, sino que ama la construcción inventada del otro. En el caso de Dios, como cuestión de fe, los musulmanes asumen que Dios tiene un conocimiento perfecto e inmutable, y por lo tanto, Dios conoce la verdad sobre el amado. En cuanto al ser humano, el desafío es conocer la verdad sobre Dios sin proyectarse a sí mismo en Dios. Mediante la reflexión crítica sobre sí mismo, el adorador puede llegar a conocerse y, al conocerse a sí mismo, luchar por no proyectar sus propias subjetividades, limitaciones y ansiedades en Dios. Al buscar amar a Dios, el desafío y la verdadera lucha no es utilizar a Dios como un paso hacia la auto idolatría. Además, la sumisión a Dios no puede convertirse en una relación en la que uno utilice lo Divino como una herramienta para ejercer poder sobre los demás. Como se explicó anteriormente, la forma más elevada de esfuerzo es el esfuerzo por conocerse y purificarse a uno mismo. Este autoconocimiento y compromiso crítico con uno mismo es necesario para amar la verdad de Dios, pero aspirar a controlar a los demás o buscar poder para dominar a los demás es un fracaso en el amor y la sumisión a Dios.
Sin embargo, hay un problema aún más fundamental implicado aquí, y es: ¿Qué significa someterse a lo Divino que tiene por característica ser infinito? Si un ser humano se somete a otro, sabemos lo que eso significa: la voluntad de uno se subordina a la voluntad del otro, y se logra la sumisión cuando una persona obedece a la otra. Pero cuando un ser humano se somete a lo Omnipotente, Inmutable e Infinito, ¿cómo se define la relación? Para mi decir que el ser humano obedece a Dios es insuficiente y poco satisfactorio. Incluso el decir que el ser humano ama a Dios, por sí solo, nos dice poco. En la sumisión, el ser humano no obedece ni ama una suma cuantificable o una realidad limitada que puede reducirse a un conjunto de mandamientos o emociones. Amar a Dios es como afirmar que uno ama la naturaleza, el universo o alguna realidad incuantificable como el amor mismo. En muchos sentidos, cuando un ser humano ama a Dios, está enamorado del amor, está enamorado de la virtud infinita y de la belleza ilimitada. Si uno se somete a Dios únicamente obedeciendo mandatos, sin saberlo, ha cuantificado a Dios y ha reducido lo Divino. Esto sucede porque es como si se hubiera hecho que el acto de someterse a Dios esté completamente representado por el acto reduccionista de la obediencia. En lugar de estar enamorado de Dios, uno está enamorado de una construcción limitada llamada “los mandamientos de Dios”.
Someterse a Dios es someterse a potencialidades ilimitadas e infinitas. La obediencia a lo que uno cree que es la voluntad de Dios es necesaria, pero la Voluntad que uno cree que es la de Dios no puede representar plenamente a lo Divino. La obediencia a lo que un creyente sinceramente cree que es la Voluntad de Dios es un paso esencial pero elemental. Dios no está representado por un conjunto de mandamientos o por un conjunto particular de intenciones o determinaciones identificables. Dios es ilimitado y, por lo tanto, la sumisión a Dios es como someterse a lo ilimitado. Esto hace que la sumisión sea un compromiso con potencialidades ilimitadas de realizaciones de lo Divino cada vez mayores. Por ejemplo, si uno está enamorado de la belleza, someterse a la belleza implica necesariamente someterse a las diversas posibilidades de belleza, no someterse a una única y definida expresión de belleza. Para comprender mejor este concepto, imaginemos que alguien está enamorado de la música clásica, y este amor alcanza un punto en el que esa persona desea someterse a esta música. Tal sumisión podría significar aceptar, aprender y obedecer ciertas formas de expresión musical. El amante podría comprender y seguir la música en forma de una sinfonía, concierto, sonata, y así sucesivamente. Sin embargo, la música es una realidad más amplia que las formas que la expresan, y ciertamente es posible descubrir nuevas formas que permitan una comprensión mejor y más perfecta de la música. Estar enamorado de la música clásica significa estar enamorado de las potencialidades y posibilidades que esta música ofrece, que trascienden con creces cualquier conjunto particular de partituras.
Esta comprensión sobre la naturaleza de la sumisión en el islam es de suma importancia para la recuperación del mensaje islámico para la humanidad. Como se explicó anteriormente, los musulmanes tienen una relación de pacto con Dios según la cual deben dar testimonio de virtudes morales como la justicia, la misericordia y la compasión. Estas virtudes, según el Corán, son parte de la bondad y belleza de Dios. La sumisión a Dios, en mi opinión, implica necesariamente cumplir con las obligaciones del pacto mediante la búsqueda de una relación de amor con Dios. Pero la belleza de Dios no se expresa simplemente en términos abstractos o en constructos teóricos sin dirección. Es crucial apreciar que la belleza de Dios se expresa, entre otras cosas, en términos de amabilidad y bondad hacia los seres humanos. El objeto de la justicia, la compasión y la misericordia, por ejemplo, no es una abstracción indeterminada: el objetivo de estas virtudes es la humanidad. Por lo tanto, se dice que el Profeta, dijo: "Un verdadero musulmán es aquel que se abstiene de ofender a las personas con su lengua o sus manos". La relación con Dios implica la búsqueda de niveles más elevados de perfección de la belleza. La belleza de la sumisión no radica en empoderarse sobre las personas, sino en ponerse al servicio de ellas.
El enfoque aquí explicado supone un proceso de crecimiento moral. En mi opinión, amar y someterse a Dios implica necesariamente una búsqueda constante e interminable de la belleza. En mi opinión, una relación con lo Divino debe ofrecer infinitas posibilidades de crecimiento moral, y tal relación no puede significar estancamiento en un conjunto de leyes determinadas. Si Dios es belleza, ¿cómo puede ser de otra manera una relación con Dios que no sea una exploración de la belleza? Lo describo como una exploración porque lo mundano nunca puede conocer perfectamente lo sublime: lo mundano sólo puede buscar lo sublime y buscar en el proceso ser más sublime.
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